lunes, 5 de octubre de 2009

Cautiverio de Carlos Bonetti

Se despertó solo. Una inmensa oscuridad abrumaba el cuarto donde convivían extrañas sensaciones. Comenzaba ha amanecer y el sol sin poder asomarse por las rendijas de la pequeña ventana; así sudando por el calor que asechaba en ese fuego eterno, que todos los días se impregnaba en las paredes descoloridas y mugrientas, logró estirar el brazo lo más que pudo y encendió con el pulgar el botón de la diminuta lámpara que enrojecía la habitación.
Lorenzo es un hombre de estatura media, ojos celestes vidriosos y una tupida barba que recorre la mayoría de su rostro, su apariencia, en cierta medida, se condice con la de su diminuto hogar. Su historia es muy larga de contar por lo que veré si puedo reducirla al transcurrir este breve relato.
Todos los días eran muy parecidos por no decir iguales, el amanecer y el anochecer no se vinculaban en absoluto con su vida social, pues no la tenía. Desde que posee uso de razón vive solo en su cuarto, salvo algunos recuerdos lejanos de la infancia donde aparecen vagamente algunas personas, que podrían haber sido sus parientes o no, el color del césped, la textura de la tierra, el olor de los trenes y otras cosas más, sensaciones que habían quedado en un pequeño rincón de su escasa memoria. Es que Lorenzo por alguna razón se había criado solitariamente en cautiverio encerrado en esas cuatro paredes percibiendo únicamente voces, fragancias vagabundas, pequeños rayos del sol y el claro de la luna cuando anochecía y penetraba por las ceñidas hendiduras de esa ventana de chapa. En su pieza coexistía con una cama de madera crujiente, una mesa de luz en la cual se encontraba un baso de plástico azul, un pequeño armario descascarado y unos cuantos libros y periódicos tirados en el gélido piso.
Después de haber encendido su lámpara, como todos los días cuando advertía que la mañana había llegado, la rutina se hacía inexorable. Levantarse de su colchón transpirado, tomar el baso con agua y beberlo hasta casi acabarlo, ir al pequeño baño que se encontraba dentro de la misma habitación separado por un biombo e higienizarse. Y el resto era pensar, sumergirse en su memoria tratando de hacer más fuerte ese recuerdo de su niñez, sin poder averiguar quien era realmente, porque estaba allí y de donde venía. Meditabundo caía en una nebulosa muy difícil de escapar, con ese vago recuerdo que era su único compañero. De a ratos se esforzaba por observar que había más allá de la ventana, pero era inútil, el encierro era casi total.
En un principio la única voz que oía cotidianamente sonaba socarrona y con expresión autoritaria, y se hacía presente acompañada por el ruido de unas botas. Lorenzo no sabia de quien se trataba, este hombre solo atinaba a dejarle un plato de comida por debajo de la puerta, un espacio considerable entre ella y el piso le permitía alimentarse, aunque siempre de lo mismo, guiso de arroz y con suerte algún trozo de carne. Pasado un tiempo, meses, quizás años, esa voz desapareció del otro lado del cuarto y una nueva comenzó a sonar, ésta no estaba signada de tanto autoritarismo, se dejaba entrever un tono de cierta amabilidad y con respecto a la comida la variedad se hizo presente, además del arroz, carne asada, pastas y dulces; sin embargo el gusto de todas era el mismo, es decir no se diferenciaba demasiado del guiso que le alcanzaba aquel primer hombre, más pluralidad pero la esencia seguía siendo la misma.
Pero ese día iba a ser distinto. Mientras miraba el techo de su habitación golpearon la puerta del cuarto, asustado debido a que por primera vez alguien llamaba, no respondió. Los golpes se hicieron mas seguidos y por fin una dulce voz femenina replicó:
-¿Lorenzo, estas ahí? Éste no contestó.
Nuevamente exclamó:
-Abrí por favor, vengo a ayudarte! Era la primera vez que había escuchado esa palabra, dudó unos minutos y accedió a contestar:
-No sé quien será usted, pero no puede pasar porque está bajo llave.
Del otro lado se escucho:
-No importa hijo, yo las tengo solo quiero saber si me dejas entrar. Aterrorizado por la idea de que alguien por primera vez iba a entrar allí se hizo esperar, y al cabo de un eterno instante dijo:
-Puede entrar si quiere.
Se escucho el ruido de las llaves en la cerradura y la puerta se abrió. Se trataba de una mujer mayor de cabello blanco y con un pañuelo en la cabeza, con los ojos llorosos se acercó a él y le dijo:
-Lorenzo te he buscado tanto tiempo, que ya mi memoria parecía desvanecerse. Todas las marchas no fueron en vano –replicó- ahora te tengo hijo mío, y se unieron en un abrazo infinito, mientras en el oído le murmuraba:
-Ahora vas a conocer tu verdadera identidad.
Por último y antes que los dos salgan de la habitación, ella recogió los viejos periódicos del piso cuyos titulares versaban: Abuelas de Plaza de Mayo realizan incansables marchas en busca de “desaparecidos”. Investigan nacimientos en cautiverio y apropiación ilegal de hijos de desaparecidos por parte de militares.

2 comentarios:

  1. Aclaración del autor: "baso" con b fue traición del word, que cambió "v" por "b" cuando se pasó el texto, transformándola así en otra palabra.

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  2. Ufff!! tu cuento me mantuvo intrigada, no entendía el encierro, el final me puso la piel de gallina. Muy bueno.

    Diana

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