lunes, 31 de agosto de 2009

Pescado Rabioso 3 de Néstor Mendoza


Esta noche vino Fanon a casa

a decirme que la tierra

esta condenada

que los árboles tienen sida.


Yo le dije que ella

me cacheteó delante de la bandera del Che

que no me asusté de ese fusil

que pedí:

que sea lo que mandinga quiera!!!


Me dice, mientras comemos

asado,

que Argelia no queda muy lejos

que vaya cuando quiera

que la guerra es como el amor.


Y yo, que ella después

ni un cuarto de hola.


Fanon le digo;

usted me suena a mayonesa

fanacoa.

Pero el sigue como si nada

que el mocase

que la chica Leyla.


Y yo, quequeque,

hago con ella

Si la llamo o no

Si me permito humillarme.


La madrugada se alarga

seguimos con el hacha

de la lengua

hasta que llamamos un remis

que viene 200 minutos después

y ella y el se van,

para siempre,

mientras ladran perros

como si fueran Valeria Lynch.

domingo, 30 de agosto de 2009

Oferta Taller

Un Amor al Margen de Juan Manuel Aragón

Debo confesar que dudé mucho antes de escribir esta historia y que no me importa que otras empiecen con estas mismas palabras, porque lo que voy a contar es estrictamente la verdad; ya voy para viejo, por lo que poco me interesa lo que digan conocidos y amigos, sobre todo cuando se enteran de mis veleidades literarias. Lo cierto es que comencé a investigar sobre la vida y la obra de Adalberto Rojas por un asunto social, intrascendente e impensado, lo que me está llevando también al amor de una mujer casi prohibida donde menos esperé hallarla, una historia al margen, diría. Pero, comenzaré por el principio, para que se me entienda mejor. Me metí con un grupo de escritores jóvenes que se reúne sábado de por medio en la biblioteca 9 de Julio, a comentar textos de autores no muy conocidos: se leen párrafos de su obra, se estudian posibles influencias, se indaga sobre la biografía y, en general, se habla de literatura, pero en serio, algo infrecuente en esta ciudad. La verdad es que a veces creo que soy sapo de otro pozo en ese lugar, sobre todo cuando veo gente tan inteligente haciendo preguntas que no se me ocurrirían ni en tres vidas o hablando de la vida de autores que nunca voy a leer, más que nada porque ya no tengo paciencia para ponerme a leer libros nuevos, de autores jóvenes, ya sean prometedores o se hayan convertido en éxitos editoriales o comerciales. Declaro que las siestas de los sábados las duermo enteras, pero no me pareció muy pesado sacrificar uno de dos con tal de estar con gente, mirar chicas lindas aunque quizás estudiosas e inteligentes y -sobre todo- averiguar quiénes son, qué hacen y cómo escriben los autores cuyos libros hoy están rodando en las librerías locales, aunque ya no vaya a leerlos, como dije. Me mueve la curiosidad, más que nada. Recuerdo que cuando vi la invitación en intenet, pensé “quiénes serán estos, a quién le ganaron, cómo jugarán”. Debo decirlo, al principio, cuando me enteré de qué se trataba, me tentó la idea de hablar sobre algún autor clásico y poner los puntos sobre las íes sobre -digamos- José Hernández, Leopoldo Lugones o -aunque más no fuera- nuestro vate local, Dalmiro Coronel. Pero como la mayoría de las ponencias eran sobre autores más o menos desconocidos por el gran público, me abstuve de preparar un tema y pedir turno para hablar. Como nunca, me dispuse a oir lo que otros tenían para decir de gente que es muy probable que no lea jamás.

Al tiempito de comenzadas las reuniones, recordé aquella casualidad -un hecho fortuito, dirían los abogados- que llevó a que hace varios años me topase con Adalberto Rojas en el Barquito bar, uno de los lugares más emblemáticos y de los menos tenidos en cuenta que van quedando en el centro de Santiago. Se trataba de esos tipos que pasan desapercibidos en cualquier sitio en que haya mucha gente. Una de las tantas mañanas que fui a tomar un café por ahí, lo hallé en sentado a la mesa con uno de mis parientes Aragón, que al ratito se tuvo que ir a hacer unas diligencias, y me dejó de florero con el amigo. Al principio tímidamente y después de una forma más animada, nos pusimos a conversar de lo que forzosamente se habla en esas ocasiones, el tiempo, “qué calorcito que hace, ¿no?, en cualquier momento van a explotar los termómetros”, las mujeres que se comienzan a poner lindas para la primavera y la mala atención de las confiterías de Santiago, especialmente el Barquito, con el mozo Montero a la cabeza, a la que uno va de puro masoquista nomás, según calculamos en esa ocasión.

Cuando le pregunté a qué se dedicaba, me dijo que en su tiempo había sabido ser inspector de rentas de la municipalidad (sección fiscalización externa, aclaró con un dejo de vocabulario burocrático) pero que se había jubilado. Cuando me contó que también escribía, pensé
-¡Sonamos!, ¡otro!
Y también
-Ojalá que no sea poeta. Pero si es, Diosito querido, te pido que no me de nada para que le publique o le lea.
Habrá visto mi cara o algo, la cuestión es que no me ofreció nada. Laburo en una revista de cultura y educación y ya estoy medio acostumbrado a que me peguen ese tipo de mangazos.

Mi madre hablaba a veces de los amigotes de mi padre. Era esa gente que él conocía y ella no. Tipos que se acercan en la calle, que los hallas con cierta frecuencia para cultivar el arte, ya casi pasado de moda, de la conversación sin nada que decir, de la discusión política sin nada que ganar y de la entrevista sin nada para preguntar. Hay una tropa de gente de la que uno se olvida el nombre y las señas particulares apenas abandona la charla, de la que no se sabe en qué barrio vive, o, peor, queda mal preguntarlo, se ignora si estará casada o será soltera o viuda o qué, si tendrá algún estudio universitario o si solamente llegó al tercer grado reforzado de antes, si es de Santiago, La Banda o Loreto. Al principio, durante algún tiempo, Adalberto entró justo en esa categoría, si me hubieran preguntado qué era para mí, habría dicho que amigote nomás, pero con el tiempo y varios cafés compartidos nos fuimos convirtiendo en amigos. A Adalberto también le gustaban las morochas y un par de veces salimos a los boliches con unas amigas guerrilleras que sabía tener él, como hubiera dicho mi abuela, eran chicas muy demostrativas.
Una noche le dije:
-Si te haces de Boca, te convierto en mi hermano.
Adalberto era de River, pero en amistades así, qué interesa.

Alguna vez lo fui a ver a la casa a devolverle un libro y me presentó a la señora y a una hija muy linda, estudiante del profesorado de educación física, que vivía con ellos.
-Es Clarita, la segunda de las mujeres- me la presentó la orgullosa madre. Ella obviamente ni me registró, porque ninguna chica de bien mira dos veces a esos amigos del padre, veteranos, feos y acabados por la vida. Era una casa típica de clase media de Santiago, modular con copas, perro negro, incierta cruza de cooker inglés con Volkswagen Gacel, soga de colgar la ropa trasponiendo el patio y biblioteca en un pasillo. Nada del otro mundo. Otra ocasión vino Adalberto con la señora a casa a cenar, era el cumpleaños de mi mujer, cayó con un tinto de regalo. Las patronas se hicieron amigas y se hablaban por teléfono por lo menos una vez a la semana para chusmear cosas de mujeres, me imagino. Con decir que casi pasamos juntos un Año Nuevo, pero al final nosotros fuimos al campo, a la casa de mis suegros y no se dio.

Y después, de un día para otro, Adalberto se murió. Parece que le agarró un cáncer, no sé qué, lo internaron en el sanatorio Norte, donde lo fui a visitar un par de veces y a las dos semanas, chau, chau, adiós, ya estaba de pensionista definitivo en el Parque de la Paz. Lamenté su pérdida, sobre todo porque se terminaba un amigo cabal, de esos que te regala el pavimento sólo una vez en la vida. Además, con su porte de hombre serio era la coartada perfecta para citarse con chicas sin que la patrona sospechara que en realidad habíamos salido con alguna de esas amigas salvajes que conseguía el hombre. No era lo mismo salir de noche diciendo que me iba con los changos, que anunciar:

-Mi vida, salgo esta noche, vamos a la parrillada con Adalberto.
-Ustedes dos, quieren arreglar el mundo hablando mal de los políticos- rezongaba mi mujer.
Y se quedaba tranquila.

Un tiempo después de su fallecimiento, la viuda me habló por teléfono para avisarme que estaba arreglando la casa y quería entregarme algo. Cuando llegué, salía una gente de la parroquia que había ido a retirar la ropa del finado. A mí me tocaron dos cajas llenas de papeles. ¡Uf!, eran sus escritos. Tentado estuve de leerlos esa misma tarde, pero después lo pensé mejor, los dejé arrumbados en un rincón del galponcito del fondo y me olvidé. Nunca en estos años intenté sacar ni una hoja. Tuve miedo de criticar, después de muerto, al amigo, de cambiar la buena opinión que siempre había tenido de él. Confieso que los austeros poetas y, sobre todo, las graves y arduas poetisas de Santiago, me dan pavura, alguna vez he descubierto que, involuntariamente, me cruzo de vereda cuando veo venir alguno. La memoria de Adalberto no merecía que yo descubriese un mal escritor. Preferí seguir recordando al amigo como un conversador chispeante y con mucha gracia, con quien tantas veces coincidimos admirando las curvas, contracurvas y banquinas de las hermosas morenas que suelen pasar por la vereda del Barquito.

Pero, como digo, me topé con ese grupo literario y durante un tiempo me anduve estrujando la cabeza pensando de qué escritor iba a hablar si ya no compro libros, porque ahora en mis ratos libres lo veo a Marcelo Tinelli en la tele, juego al solitario en la computadora, me siento en la tapia cortita que tenemos en la vereda, a observar a las vecinas.

En eso andaba cuando me dije, si no tengo un escritor para hablar, con un poco de imaginación me invento uno. Y concebí un autor desconocido para presentar al grupo: Ibrahim al Manssur, literato palestino, nacido en 1949, conocido solamente en ciertos círculos árabes de Europa por sus bellos y desgarradores poemas, que han superado el conflicto con sus vecinos, los israelíes, para internarse en el alma de un pueblo sensitivo, complejo y atormentado, según diría a los contertulios. Concebí un pasado para Manssur, de joven, combatiente en las brigadas mártires de al-Aqsa y luego en su madurez, emigrado a Francia, donde vive dando clases sobre civilización árabe, en la Universidad de El Havre (este era un dato a confirmar, ¿hay universidad en El Havre?, no sé pero juzgué que sería una exageración ubicarlo en la Sorbona, me pareció mucho). En la hipotética charla que daría de la biblioteca 9 de Julio, contaría que Manssur había escrito sus versos en árabe, de ahí habían pasado al francés en breves folletitos tipo trípticos o plaquetas, como sabían hacer antes en Santiago los escritores que no tenían guita para editarse un libro. Relataría que no había sido traducido al castellano en forma oficial, sino por una prima mía, que vive en el Canadá francés, a quien –dicho sea de paso- atribuiría el hecho de conocer a este autor. Expondría que sus versos tenían un fondo de cocción en el Corán, como casi toda la producción árabe del pasado y del presente, sobre todo en tiempos tan calientes en Oriente Medio, sus estrofas se internaban en los laberintos del alma humana, tratando de desentrañar lo más profundo de sentimientos eternos y globales, como el amor, la culpa y la generosidad. Pero justo aquí llegaba la dificultad: el calificado auditorio de la 9 de Julio me iba a descubrir pues debía engañarlo leyéndole algunos poemas bien escritos, que dijeran algo sustantivo o verboso, algo superior, digamos. Y nunca he sido poeta, siempre he creído que la poesía es un arte para el que no me da la cabeza ni el corazón. Ni la sensibilidad, si vamos a decirlo todo. Me pasé varios días escribiendo la biografía de Manssur, y hasta me entrené frente a un espejo, haciendo las caras que pondría mientras iba contando su vida. Abandoné la idea, a la hora de leer sus versos no iba a faltar que el que dijera:

-¿Uhá? ¿Eso es lo que escribe ese Manssur?
Y la estantería se me vendría al suelo.

Entonces se me prendió la lamparita. Una tarde, fui al galponcito, abrí las cajas con los escritos del amigo para revisarlos, “quién te dice que aquí no halles algo bueno, Juancito”, me dije. Y me enfrasqué durante un mes en los escritos de Adalberto Rojas. No era lo que temía: se reveló ante mis ojos una media docena de manuscritos de libros de cuentos magníficos, llenos de vida, diálogos chispeantes, situaciones enredadas que se desanudan con maestría literaria y pluma muy suelta. Había dos novelas “La Fiera” y “El Jefe de las siete y media”, una sobre el amor de una mujer atormentada por un hombre invisible que se va revelando al correr de las páginas como una voz de la conciencia y la otra, “El Jefe”, de neto corte policial, con un asesinato en el primer capítulo y varios misterios por resolver antes de llegar al descubrimiento del asesino, que no es quien el lector está convencido que es. También leí sus ensayos sobre la vida cotidiana de los santiagueños, entre ellos magníficas pinceladas sobre la costumbre de la siesta, la pallana, los versos para cantar la flor en el truco y el inolvidable Dionisio, un personaje de la década del 60 y principios de la del 70. Además hallé poesías, las temidas y gambeteadas poesías. Confieso que quedé deslumbrado. Cuando los leí, por momentos me creí ante Juan Gelman, pero también les encontré algo de la poética del santiagueño Juan Leguizamón, con leves toques de humor cáustico y seca ironía, en un estilo santiagueño y a la vez universal, que lo vuelve inconfundible. En suma un escritor desconocido pero a la vez cercano, vibrante, magnífico.

Es muy posible que me convierta en su editor post-mortem, junto a su viuda a quien descubrí en este último tiempo, como una lectora apasionada y voraz. En este momento andamos viendo con ella, cómo hacemos para publicar la obra del finado, a quién le pedimos unos pesos para dar a luz los que seguramente han de ser rotundos éxitos editoriales. El primer paso será anotarme para dar una charla en el grupo literario, a ver si uno de estos sábados hablo de la obra de Adalberto Rojas, como una manera de ir haciéndole propaganda. Si convenzo a la viuda, capaz que la llevo también para que hable de la vida y obra de su marido, su infancia y las influencias literarias que recibió en tenidas poéticas y, por qué no decirlo, etílicas, con Alfonso Nassif, Peteco Carabajal, Carlos Zurita, Chingolo Suárez, Felipe Rojas, Johnny Barrionuevo y tantos otros amigos de la noche y la bohemia. Esto me lo contó ella después de muerto el finado, porque con él nunca hablamos de literatura, libros, autores, influencias literarias, esas cosas.

Como la clave de las influencias literarias de Adalberto obviamente estuvo en su biblioteca, el otro día fui a su casa para investigar qué leía, quienes fueron sus maestros estilísticos, en qué fuentes abrevó sus lecturas. No estaba la señora, me atendió la hija que, luego de hacerme pasar, me dejó sólo en la biblioteca. Entre otros, el hombre tenía las Vidas paralelas de Plutarco, la obra completa de Jorge Borges, la enciclopedia Quillet, clásicos políticos argentinos del 60, como José María Rosa, Jauretche, Scalabrini, un Martín Fierro de esos medio lujosos con ilustraciones de gauchos, además estaban la Historia de Roma de Mommsen, un infaltable Quijote, dos o tres tomos de las Tradiciones Peruanas de Palma, libros de mitología antigua, de autores santiagueños, las obras completas de Poe, traducidas por Cortázar, uno o dos números de la revista “Quipu de cultura”, que editaba el amigo Julio Carreras, es decir, nada especial, nada como para decir, “¡oh!, miren las cosas que leía este hombre”. Mientras revisaba los libros y tomaba notas, me iba haciendo una idea de la tesis que desarrollaría ante el auditorio de la 9 de Julio: que alguien que había leído lo mismo que leyó la mayoría de los santiagueños de su generación, también podía convertirse en un muy buen escritor, añadiría que no es necesaria una gran preparación para redactar una obra que puede ser, como la de Adalberto, de lo mejor de Santiago de los últimos 50 años; en definitiva, que el genio no reside en la complejidad de lo que se ha leído sino en su aprovechamiento. Ya sé que es una noción medio simple, pero a esta altura de la charla ya tendría deslumbrados a todos con el descubrimiento de un escritor genial del que la mayoría de los santiagueños no sabe absolutamente nada y que probablemente vivió a la vuelta de la casa de alguno, fue amigo del padre de otro, conocido de un pariente o algo, porque en esta ciudad, digan lo que digan y a pesar de que muchos sostengan que ya estamos en el siglo XXI, nos conocemos todos.

Antes de marcharme de la casa, Clarita, la hija, me invitó un café y conversamos un rato largo, primero hablamos del padre, luego me contó que le faltaba una materia para recibirse de profesora de gimnasia, de ahí pasamos al último novio que había tenido hacía un tiempo largo ya; el muchacho la había dejado para casarse con otra. Como al pasar le avisé que desde hace un tiempo no tengo nada con mi mujer porque la relación se enfrió del todo, confieso que esto es una técnica que siempre me ha surtido efecto con las chicas. Es que la hija de Adalberto no es solamente una chica interesante, culta, preparada, sino también una morocha infernal.

Ya hemos salido dos veces con la chica, pero esta historia no viene al caso, se me hace.

Cinicos por Nestor Mendoza

Vida de perros o una filosofía despeinada.

A MODO DE INTRODUCCIÓN: ORILLEROS Y TOPONIMIA.

En la historia de toda la filosofía occidental existen panteones que celebran a tal o cual pensador. Somos herederos de un pensamiento que aparece en GRECIA, aproximadamente en el v antes de Cristo, los nombre de Sócrates, Platón y Aristóteles son la estampa más difundida y celebrada en nuestras sociedades. Producto de acomodamientos históricos, de contingencias políticas y de la constitución de una civilización que formatea un estilo y un modo de ser en el mundo; muchos otros quedaron relegados a los fondos, bajos fondos de la historia y el pensamiento. En esta arquitectura de la CASA SEÑORIAL de esto que llamamos civilización, la piecita del fondo, esa a la que van a parar los trastos inútiles, las cosas que no tienen uso aparente, lo innecesario; quedaron depositados otros. Otros que la soberbia de los campeones del TOP ranking de la filosofía denominaron “filósofos menores”, o pensadores bajos como diría Tomás Abraham. Los orilleros, los del fondo, fueron relegados ahí; pero también lo eligieron de algún modo. Por aquel entonces aparecen las instituciones como la academia, el gimnasio o el liceo. Estos estaban ubicados por lo general en el centro. Centro geográfico y simbólico. Sin embargo hubo otros que no se contentaron con estas disposiciones. Diversas escuelas son hoy ninguneadas: Los sofistas, los estoicos, los epicúreos y claro los llamados cínicos.

En esta sociedad esclavista se fue consagrando “la idea” con mayúsculas. Una porción de ciudadanos gozaban tiempo libre y de las posibilidades de hacer del ejercicio del estudio y el pensamiento, el ethos que los ubicaba en un lugar de superioridad moral e intelectual. Pero ya se sabe, subversivos hubo siempre y los seguirá habiendo. Por caso podemos recordar que Epicuro, ese hedonista fenomenal, se reunía con sus amigos en EL JARDIN, de hecho un patio habitado por hortalizas y cuyo ingreso era irrestricto. Allí las tertulias eran decontracturadas, podían ingresar hombres libres y esclavos, y OH blasfemia, mujeres. El cultivo de la amistad y las interminables conversaciones eran el pan de siempre. Como si fuera un asadito amable con conversaciones variopintas.

Pero volvamos a las ubicaciones geográficas de los lugares elegidos para celebrar las reuniones de los pensadores. En contra de la propensión de los filósofos oficiales, los llamados cínicos (perros originalmente), se reunían en EL CINOSARGO, en las afueras de le ciudad y en lo alto de una colina. Desde los márgenes, en las orillas, los excluidos se las ingeniaban para producir un modo y los gestos necesarios para conseguir aquello que buscaban: la felicidad. Desde ese lugar dominaban una visión otra, diferente, practicaban una manera ascética de estar en el mundo. Alejados de los dioses, del poder, del dinero y de las convenciones morales más insípidas; practican sus gestos demoledores: la ironía, la mordacidad, el desapego por las cosas y los lujos. Excéntricos y desfachatados, despeinados y amantes de la vida autónoma que se desprende de lo superfluo; dejaron pocas huellas y textos. De alguna manera podríamos aventurar que fueron los primeros punk de nuestra historia, recordemos que punk podría traducirse como gamberro, escándalo o grosería, el desprecio por la manera supuestamente virtuosa y políticamente correcta de producir música. Además el cantante de los sex Pistols se hacía llamar Johnny Rotten, algo así como Juancito el podrido. Ellos, los cínicos, habitaban el mundo desde una concepción que les impedía si quiera comprarse ropas, se las confeccionaban ellos mismos. Normalmente carecían de casa y erraban despojados de casi todo. Y los nombres no son inocentes, rápidamente recuerdo algunas toponimias extrañas de nuestra provincia, como buey muerto, negra muerta; y que decir de Ahí veremos? Cuando no la cosa del accidente- accidente?- La localidad de Forres durante la guerra de Malvinas volvió a llamarse como antiguamente: Chaguar Punco, abandonado tras la contienda derrotista. Pero el mismo Forres significa otra cosa. Cuentan que la estación tenia un cartel de madera en la que rezaba su nombre auténtico: Forrest, pero por alguna razón la letra T se cayo del cartel y quedó así hasta ahora. El azar es un pícaro y las políticas oficiales también, que marginaron los nombres en quechua, la cultura derrotada. Y el cinosargo era de perros. Hace más de 2500 años.

Entonces porque retomarlos hoy? Hoy que la felicidad parece radicar en la compra de cosas como aparatos electrodomésticos: celulares, autos nuevos y relaciones, casas con diez pinos, amistades con el jefazo de turno; la conquista de la más linda o lindo. Y sin embargo el desaliento crece, la angustia no se para ni con los ansiolíticos, ni con todas las drogas del mundo. Es justo precisar que sintieron admiración por Sócrates, de quien Antistenes fue discípulo. De el admiraba su sencillez y su propensión a caminar haciendo preguntas a todo el mundo. Y para ser justos también algo de Platón: ¿Cómo no coincidir, en mayor o menor medida, con quien afirma: "Nada de lo que preocupa a la mayor parte de la gente me interesa: las cuestiones de dinero, de administración de los propios bienes, las especulaciones del estratega, los éxitos oratorios, las magistraturas, las intrigas, las funciones políticas. No he seguido esa senda, sino aquella en la que pueda hacer el mayor de los bienes a cada uno de vosotros en particular, tratando de persuadiros de preocuparse menos por lo que uno tiene que por lo que uno es, a fin de hacerse lo más excelente y razonable posible"?''Los cirenaicos y su placer erigido en regla, y los cínicos y su práctica metodológica de la subversión no parecían Ser merecedores del interés universitario. Porque el poder normaliza y necesita del orden para dominar. Las clases en la universidad, el trabajo en las fábricas, las oficinas de la administración, los espectáculos públicos, el amor de pareja, nos resultan hoy un largo y aburrido bostezo cuando no un horrible dolor de cabeza. El mundo de la competencia y la acumulación de objetos no significan nada si nos atenemos a las lecciones de los maestros perros. De alguna manera vivimos presos en libertad como dirían los redonditos de ricota. Engominando el alma, aceitando y calculando los caminos que nos llevarían a un supuesto éxito, campeones de la nada; criaturas inauditamente soberbias, nos olvidamos de lo esencial El ARTE DEL BUEN VIVIR. Porque de esto se trataría esta glosa debida a Michel Onfrey, la sospecha que las instituciones nos alejan de la vida, del pulso de lo sagrado, de lo que guste o no, importa. Al final de cuentas para que sirve el amontonamiento de lecturas, visiones de películas, visitas a museos y teatros? Ese abrir los ojos para cumplir con los requerimientos del trabajo, de la asistencia a las escuelas y universidades, si no somos capaces de amigarnos al menos con nosotros mismos? Y para que la poesía y la literatura y tanta filosofía si no podemos conmovernos con las cosillas mas esenciales? Si no somos capaces de darle otra vuelta de tuerca a este asunto de hacer de ésta nuestra vida una experiencia maravillosa. Porque como decía Keynes en el largo plazo todos estaremos muertos. Y no es posible vivir como zombies, derrotados en cada esquina, en cada semáforo, en cada comentario insidioso. Mientras tanto el mundo gira, y siguen las guerras, y los negocios y la corrupción hecha de saliva y sangre. Y sin embargo aventuro que he conocido en ésta a algún que otro cínico, aunque no los supieran del todo, John Paz por ejemplo; que supo andar por las calles, regalando ingeniosos comentarios, despreocupado y alegre con su alma brillante y porque no cínica. Y seguramente hay más.


LOS ORÍGENES: NO ME TAPES EL SOL


El nombre de cínicos tiene dos orígenes diferentes asociados a sus fundadores. El primero viene del lugar donde Antístenes solía enseñar, que era un gimnasio llamado Cinosarges, que se puede traducir como el perro blanco o el perro veloz. El segundo origen tiene que ver con comportamiento de Antístenes y de Diógenes, que se asemejaba al de los perros, por lo cual la gente les apodaba con ese nombre (cínicos). O sea cínico quería decir perro. Hoy se considera casi un insulto. Está comparación viene por el modo de vida que habían elegido estos personajes, por su idea radical de libertad, ataques a las tradiciones y los modos de vida sociales. Buscaban el camino hacia la felicidad. Este camino no era fácil así que se necesitaba un entrenamiento, una disciplina para conseguir una plena autonomía moral y a ser posible también física. Cabe agregar que despreciaban el lujo material y el poder político. La felicidad no dependía de esas cosas y porque no depende de ellas puede lograrla todo el mundo. Se cuenta que cierta vez Sócrates parado frente a un montón de artículos exclamo: ¡pensar cuantas cosas que no me hacen falta! Este podría ser el perfecto y más acabado lema de los cínicos. Quien esto escribe siente algo parecido frente a los hipermercados y casas de electrodomésticos por ejemplo. Y en cuanto al poder político se dice que alguna vez Alejandro Magno, ya dueño del mundo; amo del imperio de entonces, se encontró con Diógenes de Sínope, también cínico, este estaba tirado en la arena cual rastafari jamaiquino. Alejandro ya conocía algunas de las anécdotas de este singular personaje y le dijo: pídeme lo que quieras y te lo concederé. Diógenes sin inmutarse le pidió que no le tapara el sol.

Los cínicos tomaron como modelos a la naturaleza y los animales, los adoptaron como ejemplos de autosuficiencia y basándose en ello propusieron un modelo de comportamiento ético que consideraban fundamental para alcanzar la felicidad. Proponen la necesidad de la autoafirmación individual frente a una sociedad alienante y concionadora. La idea de cinismo en la actualidad tiene un significado distinto, se distorsionó, significando indolencia, trampa, una concepción vulgar. El cinismo filosófico propone una gaya ciencia, un alegre saber insolente y una sabiduría práctica eficaz:"Tras la causticidad de Diógenes y su intención de provocar, percibimos una actitud filosófica seria, tal como puede haber sido la de Sócrates. Si se dedicó a hacer caer una tras otra las máscaras de la vida civilizada y a oponer a la hipocresía en boga las costumbres del 'perro', ello se debe a que Diógenes creía que podía proponer a los hombres un camino que los condujera a la felicidad". Diógenes se erige pues en médico de la civilización cuando el malestar desborda las copas y satura la actualidad. Hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos.

La máxima del cínico es "no ser esclavo de nada ni de nadie en el pequeño universo donde uno halla su lugar".'Su voluntad es estética: considera la ética como una modalidad del estilo y proyecta la esencia de éste en una existencia que se vuelve lúdica. Todas las líneas de fuga cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no ya como un geómetra, sino como un artista, el escenógrafo de un gran estilo. Pioneros de lo que hoy llamaríamos happenings o performances. Diógenes es uno de estos experimentadores de nuevas formas de existencia.

En el Cinosargo se encontraban los excluidos de la ciudadanía, aquellos a quienes el azar del nacimiento no había hecho dignos de tener acceso a los cargos cívicos.
De modo que la escuela cínica vio la luz en los suburbios, lejos de los barrios ricos, en un espacio destinado a los excluidos, a aquellos a los que el orgullo griego había dejado de lado. Obsesionados por su código de nacionalidad, los ciudadanos redoblaban el desprecio por los advenedizos.

Finalmente, el cínico posee del perro la virtud de la fidelidad y la preocupación por preservar y cuidar a su prójimo. Un día que Diógenes insistía en que lo llamaran perro, Polixeno, el dialéctico, se sintió incómodo y le comunicó su perturbación al sabio, quien lo tranquilizó diciéndole: "Tú también llámame perro; Diógenes, para mí, no es más que un sobrenombre; soy, en efecto, un perro, pero me cuento entre los perros de raza, los que velan por sus amigos"." El filósofo practicaba la mordedura con fines pedagógicos: a través de ella procuraba inculcar más sabiduría y virtud. "Los demás perros -afirmaba-muerden a sus enemigos, mientras que yo muerdo a mis amigos con la intención de salvarlos". Ladrar y morder no son hoy una necesidad perentoria? Acaso los jetones no son los que megáfono en mano, gritaron eso que no se quería escuchar?

El perro lanza sus gañidos sólo en contra de aquellos que prefieren la molicie y la dependencia y la sumisión. Ésas son las únicas presas contra las que el cínico dispara sus flechas. Desde esta perspectiva, la función del filósofo consiste en gruñir contra los obstáculos a esta tensión, es decir, contra lo social, que desde el punto de vista de los cínicos es lo que induce a cultivar virtudes mezquinas. Ningún filósofo que no sea perro patibulario o amenazador cuenta con el beneplácito del cínico. Refiriéndose a Platón, Diógenes decía:"¿Qué puede ofrecernos un hombre que ha dedicado todo su tiempo a filosofar sin haber inquietado nunca a nadie? Dejo a otros la tarea de juzgarlo". Según él, "los discursos de un filósofo deberían estar henchidos de esa dulzura acre que puede irritar las heridas humanas".

EL DESPEINADO

Al paso del cínico, uno no puede más que volverse: su porte, el aspecto de su vestimenta y su estilo concentran las virtudes de la escuela. Desprendimiento, sencillez y hasta austeridad; no en vano los discípulos de Antístenes se restringían a lo elemental, si no ya al desaliño. La preocupación por lo intemporal permite pertenecer a cualquier tiempo, puesto que libera de la tiranía de corresponder a la propia época y establece una suerte de perspectiva de eternidad allí donde los demás se aglutinan en lo más denso de lo cotidiano. Rechazar la moda implica también no sacrificarse a la uniformidad del momento y a las prácticas de masas, y al mismo tiempo preservar y afirmar una singularidad. De este modo, el comportamiento cínico vuelve inútil la lógica mercantil, ataca al comercio e invita a limitar la circulación de las riquezas y, por lo tanto, el enriquecimiento de los ricos

Así vestidos, con el rostro fácilmente reconocible, los cínicos andaban descalzos todo el año y disponían por todo accesorio de un zurrón y un báculo. Solían llevar en la alforja una pequeña colodra o taza con la que recogían agua de las fuentes y los manantiales. Pero un día, al ver que un joven bebía en el hueco de la mano, Diógenes, contrito y confuso, tiró el tazón al arroyo preguntándose cómo había podido cargar durante tanto tiempo un objeto tan molesto y superfluo... Otra que el linyera, dicen que Macedonio Fernández, luego de la muerte de su esposa, vagó por muchos lugares portando solo una cajita con la foto de su amada y una guitarra, y estamos hablando de uno de los más geniales artistas de las letras de este país. La argentum soberbia y equivocada.

Siempre con la ayuda de su palo, Diógenes prosiguió su obra filosófica. En medio de la plaza pública, un día convocó a grito pelado a los hombres... Por supuesto, la gente se acercó, ya que el personaje y sus prácticas le despertaban la curiosidad. Entonces Dió-genes distribuyó algunos golpes aquí y allá, al azar, dirigidos a los curiosos, y justificó su gesto diciendo:"Pedí hombres, no heces".'' En otra ocasión recorrió las calles con la misma demanda, esgrimiendo ridiculamente una lámpara encendida en pleno día, siempre en busca de hombres, siempre decepcionado en su búsqueda...'-Buscaba seres a quienes poder iniciar en su voluntarismo ético. Ética y estética, provocación como método pedagógico y político

RATAS, POLLOS, PECES Y APARENTE DESPREOCUPACIÓN

Fue un ratón el que hizo que Diógenes se convirtiera a la filosofía cínica. Mientras ocioso detallaba las idas y venidas del animal, el joven que era entonces comprendió que el ratón era un modelo de Despreocupación, independencia y libertad: iba y venía Sin que le importaran ni aca la oscuridad y el futuro, absorto en un puro presente sin ramificaciones nostálgicas ni imaginarias. Algunos hermanos del anterior, reiniciaron su danza ante la nariz y las barbas de Diógenes, quien intentaba conciliar el sueño en un rincón de la ciudad, arropado en su manto, mientras a algunos centenares de metros del lugar, las familias atenienses acomodadas daban una suntuosa fiesta. Diógenes se había conformado con pellizcar una galleta marinera de la que dejaba caer de vez en cuando algunas migajas. Se preguntaba el cínico si no le convendría tomar algunas de las sobras del ágape ateniense, cuando vio aparecer, como de la nada, a un ratón que se dio un festín con los restos que él dejaba. La situación impresionó de tal manera al sabio que lo hizo meditar sobre la lección recibida: "¿Qué me dices, Diógenes? He ahí un ratón que se regocija y se alimenta con tus sobras mientras tú, en cambio, de alma bien nacida, te compadeces y te lamentas por no poder embriagarte allá, tendido sobre la mórbida alfombra bordada".' Y el hombre se hizo filósofo.

En su manía por las definiciones. Platón había acuñado una frase que, a su entender, definía perfectamente al hombre, a quien llamó en aquella ocasión "un bípedo sin plumas"... Los platónicos considera-ron que era una expresión acertada y una clasificación Válida, pero no ocurrió lo mismo con Diógenes, quien en su rincón preparaba una contra demostración de facto: después de haber desplumado a un gallo vivo, lo lanzó en medio de una reunión presidida por Platón, con lo cual demostró, silenciosamente, que la definición era inadecuada y que, de todas formas, lo real no podría reducirse al concepto ni a las palabras. De ahí el empleo del gallo con fines nominalistas. Huelgan las palabras. He ahí un humorista inteligente.

Los cínicos atacan con ironía y ardor la teoría platónica de las Ideas: se interesan por la inmanencia y las cosas próximas, por la vida cotidiana y lo concreto. Así, ante una mesa, Platón se abismaba en los detalles para demostrar que no tenía realidad en sí misma, puesto que participaba de la mesa "en sí", de la Idea de mesa, sin la cual no habría nada, y lo mismo hacía con las tazas y otros objetos que permitían una aprehensión concreta y sensible. Por su parte, Diógenes afirmaba que no tenía ninguna dificultad para ver objetos como una mesa o una taza, pero que no veía en absoluto las esencias de donde supuestamente derivaban.'" El filósofo idealista conseguía salir del apuro diciéndole al sabio realista que carecía de los ojos de la inteligencia para descubrir aquellas verdades... Antístenes, se negaba a enseñar la existencia de constitutivos específicos y sólo atribuía existencia al ser concreto, individual"." Admitía naturalmente que veía un caballo, pero permanecía ciego a la "caballosidad".

Finalmente encontramos al pez masturbador... El animal le sirve a Diógenes para responder a las preguntas que le formulan sobre Afrodita: ¿cómo comportarse en relación con los deseos? ¿Debemos refrenarlos, contenerlos, tratar de ignorarlos? Al respecto. Platón enseñaba que había que distinguir entre una Afrodita celeste, amorosa guía capaz de conducirnos a lo verdadero, al bien y al conocimiento de las Esencias, y una Afrodita Vulgar, consagrada al amor carnal de los cuerpos y al placer sensual. Por supuesto. Platón exaltaba a la primera e infamaba a la última, y luego frecuentaba los burdeles para calmarse. Por el contrario, Diógenes estaba a la altura de sus palabras: vivía en consonancia con su pensamiento y pensaba en consonancia con la vida que llevaba. Dejando a otros la tarea de desacreditar al cuerpo en teoría antes de ir a buscar -legítimamente- el goce, Diógenes invocaba al extraño pez modelo de virtud. Cada vez que sentía un deseo, Diógenes lo satisfacía a fin de no dejarse esclavizar por él y de conservar libre el espíritu. Si no encontraba prostitutas, mujeres fáciles o complacientes, siempre podía recurrir al onanismo antes que ala continencia: "En este sentido -decía Diógenes-, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera. Bravozorro, otra que Juan Manuel Aragón.

YO SOY MI DUEÑO

El dominio de uno mismo es la primera virtud: el sabio debe mostrar que supera el acontecimiento en lugar de dejarse superar por él. Diógenes iba de Atenas a Corinto para aprovechar las mejores condiciones climáticas. Pero, a veces, no podía evitar el frío extremo ni las temperaturas caniculares. Comenzaba entonces a hacer ejercicios que lo distinguían, ante la necesidad, como un sujeto y no como un objeto. Diógenes practicaba sus ejercicios en público, cerca de un templo situado del lado oeste del Agora: "En verano rodaba sobre la arena ardiente, mientras que en invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve; es decir, aprovechaba cada ocasión para poner a prueba su resistencia".'" A causa de tales demostraciones, el cinismo fríe tempranamente confiscado para hacer de él un momento precursor del estoicismo."*

El cinismo es económico: no desea la profusión ni abandona al azar la función del tamiz. Cada ejercicio debe producir efectos inmediatos. En el pensamiento de Diógenes, todo dominio, sea cual fuere su sustancia, contribuye a la progresión hacia la felicidad, siempre que la experimentación esté asociada a una teleología de la liberación. El ascetismo es una mediación prioritaria en la perspectiva del cínico.

Se trata de demostrar las grandes posibilidades del vagabundo en relación con la virtud... Contra la figura del sabio hierático y un poco acartonado, el cínico propone la del filósofo errante. Siglos más tarde, Cioran expresa cierta simpatía por esta manera de ser, que representa también una proximidad con lo esencial. No tener nada predispone mejor a percibir en qué consiste el Ser. Diógenes tiene la intención de promover una vida bienaventurada y dice cómo hacerlo: "El objeto y el fin que se propone la filosofía cínica, como por otra parte se propone toda filosofía, es la felicidad. Ahora bien, esa felicidad consiste en vivir de conformidad con la naturaleza y no según la opinión de la multitud". Demonax irá aún más lejos al decir que sólo el hombre libre es capaz de alcanzar la felicidad. A quien se sorprende ante semejante declaración y cree conveniente señalar que, en su opinión, hay muchas personas felices, el cínico le responde:"Por el contrario, creo que sólo es libre quien no espera nada ni le teme a nada".

Los hechos y los gestos cínicos expresan la necesidad de la soberanía singular: cada hombre debe llegar a ser un dios. No hay manera más eficaz de volver caduca la fábula de un dios como figura arquetípica, modelo de un estilo. La vida se vuelve sagrada mientras sea única y susceptible de ser embellecida, porque se la vive a la sombra de una confusión entre ética y estética. Dión Crisóstomo había comprendido bien la voluntad de Diógenes cuando decía que su tensión apuntaba ante todo a "tomar como modelo la vida de los dioses".' Paradójicamente, los cínicos encontraron en los animales los modelos que convenía imitar...

Diógenes se despojó de todas las cargas y se libró de sus cadenas. Recorrió el mundo, libre, como un ave dotada de razón; no temía al tirano ni estaba obligado por la ley, tampoco se ocupaba de la vida pública ni se dejaba ahogar por la educación de los niños, no lo presionaba el matrimonio ni lo retenía el trabajo, no estaba perturbado por las campañas militares, ni el comercio lo apartaba de su camino. Por el contrario, se burlaba de los hombres que se entregan a tales actividades, así como nosotros nos burlamos de los niños pequeños cuando los vemos ocupados jugando a la taba, a combatir y a ser derrotados, a despojar a los demás y a sufrir a su vez el despojo de los otros. Diógenes, en cambio, llevaba la vida de un rey sin temor y libre.

Diógenes alababa a todo aquel que, estando a punto de casarse, no se casaba; a aquellos que, dispuestos a hacer una travesía, se decidían a no hacerla; a los que, prontos a ocuparse de la política, terminaban por no ocuparse; a los que, habiendo proyectado criar niños, no lo hacían; a quienes se aprestaban a vivir en la compañía de príncipes y de pronto preferían no acercárseles.' Elogio del renunciamiento. Elogio, al mismo tiempo, de un solipsismo discreto que permite eludir la agresividad que inevitablemente surge de toda inter subjetividad. Elogio, finalmente, de la autonomía, entendida en su acepción etimológica.

El voluntarismo estético cínico incluso es optimista si se hace hincapié en el hecho de que ofrece salidas y soluciones al problema de la existencia. El futuro no es un
horizonte limitado, sin perspectivas, pues sólo quien nada espera, quien desespera, es capaz de alcanzar el goce y la beatitud. No esperar lo imposible permite no decepcionarse nunca, y por lo tanto evolucionar en completa calma. Entre los cínicos, la figura emblemática del poder de la voluntad es Hércules.

JUEGOS EN LA PLAZA: ENFERMEDAD Y ETICA

El juego está ausente de los sistemas filosóficos. Ni siquiera los pensadores que se proponen una comprensión global del mundo lo analizan de manera rigurosa. Dejadas al margen, estas extrañas actividades son excluidas, probablemente porque ponen sobre el tapete un exceso de diversión, locura, desatino y placer. El delirio es el enemigo del filósofo que no pierde ninguna ocasión de conjurarlo mediante la razón, el orden, la simetría o el sistema.

En la plaza pública, Diógenes considera a los demás como espectadores, auditorio destinado a un voyeurismo pedagógico: ellos verán, oirán y tal vez comprenderán. La anécdota, la palabra ingeniosa o el retruécano apuntan a producir efectos éticos: una toma de conciencia, podría decirse. Así entendido, el juego revela sus virtudes heurísticas .La calle, la plaza pública, el exterior sirven de marco para las representaciones cínicas: el juego se pone en escena según los principios de la improvisación. Se despliega la peripecia, la historia se escribe en el momento y la
representación no será objeto de ninguna repetición, pues lo real no tiene copia...
El juego es una farmacopea, una medicina. Las personas están enfermas y hay que curarlas. La única poción que vale, la que ataca las verdaderas afecciones, sólo se
puede administrar a través del juego, como si éste fuera un excipiente que permitiera pasar más fácilmente un brebaje muy amargo... El filósofo entendido como médico de la civilización es una metáfora que seducirá tanto a Schopenhauer como a Nietzsche. Diógenes es uno de los primeros médicos generales -¿o alienistas? ¿o forenses? Diógenes sabe que vencer sin afrontar peligros es triunfar sin gloria. El cínico revela a sus pacientes las dolencias que sufren. A él le corresponde imponer las consultas, porque no hay nada peor que un enfermo que ignora su mal...

Los males que sufre la humanidad pueden resumirse en un único y mismo orden: los hombres están enfermos de no saber vivir en libertad y de no conocer las delicias de la autonomía, la autosuficiencia y el pleno gobierno de uno mismo. La gran salud, diría Nietzsche. Los síntomas son evidentes: el gusto por lo frívolo, la liviandad, el dinero, el poder, los honores, la mezquindad, la estrechez de proyectos, el conformismo y la sujeción a ideales seculares tales como el trabajo, la familia o la patria.


Para los cínicos, la enfermedad, la pesadez y la obesidad están relacionadas: el espíritu se entorpece a causa del peso, y el hombre poco preocupado por decidir y valorar su existencia se parece al puerco. Partiendo de semejante física de los cuerpos, uno podría inferir las virtudes del sabio: soltura, agilidad, delicadeza, elegancia. Éter, hálito, viento y espacio: no hay metáfora más apropiada para caracterizar la voluntad cínica. La ética es entonces un juego: además de ser un arte, apela a esa parte de nosotros que corresponde al gusto por lo agónico, el vértigo y el mimetismo. A ratos artista, a ratos médico, atleta o bailarín, el filósofo mantiene más relaciones con la estética que con la ciencia, más relación con lo bello que con lo verdadero. Diógenes es lo contrario de un positivista: Kierkegaard diría que era un filósofo ético, Nietzsche lo llamaría un filósofo-artista. Diógenes y sus compadres(o comadres: no olvidemos a Hiparquia) dan nueva dirección a sus creaciones, sin preocuparse por seguir un programa, lo que estorbaría la espontaneidad: la ética de los cínicos es poética, por cuanto expresa la carga creativa que la invade.

La moral de Diógenes supone aliento e inspiración, juego y disponibilidad. A fin de indicar las líneas de fuerza de una ética, Nietzsche propuso un tamiz eficaz que se explica en pocas palabras: "Un sí, un no, una línea recta y un objetivo".' Así resume la fórmula de su felicidad. A estas cuestiones seguramente los cínicos habrían respondido sin dificultad: el sí está destinado al reino de la singularidad y la unicidad, a su entusiasmo y a su grandeza rebelde, a su demonio. Antístenes, dice Diógenes, me mostró que ese uso me pertenece de manera inviolable e irrestricta: nadie puede ponerme obstáculos ni obligarme a disponer de él de otro modo que no sea a mi antojo".' Esto en cuanto al Sí...

El No de los cínicos remite a todas las mitologías favorecidas y alentadas por la civilización, a saber: todo lo que obstruye la expresión libre de la singularidad. Todas las instituciones están implicadas, como también las ideologías y los valores comúnmente admitidos, tanto en tiempo de los cínicos como en la actualidad... Si hiciera falta una formulación contemporánea del programa cínico, podría hallársela del lado de los libertarios que no reconocen ni dios ni amo. Para alcanzar el poder sobre sí, el dominio de sí mismo, Diógenes proponía una técnica sencilla que consistía en reprocharse con idéntica intensidad a uno mismo aquello
que con tanto ardor les reprochamos a los demás. Como ver primero la paja en el ojo propio. Inventar, experimentar, destruir; el filósofo-artista también es capaz de educar, de legislar. Diógenes soportó las amenazas del báculo de Antístenes. Pero nada de eso le hizo efecto. Su voluntad de cinismo era tal que, a pesar de todo, llegó a convertirse en el segundo color de este espectro tornasolado que fue la escuela durante diez siglos.
El filósofo artista es aquel que sabe que el hombre debe superarse para permitir la realización de una subjetividad sin obstáculos: "Conocer lo que es más elevado que el hombre, tal es el atributo del hombre pleno"."Para alcanzar esos fines sobrehumanos Diógenes concentró su sabiduría, a fin de hacerla más operativa. Así pudo instilar en cada acto y en cada gesto algo que descalificara las convenciones y el conformismo. En el frontispicio de un hipotético templo cínico, probablemente podría leerse: "Que no entre aquí nadie que no sea subversivo". Razón suficiente para dejar a Platón con sus geómetras... El filósofo-artista magnifica los medios de esta subversión y así alcanza una dimensión estética, poética o artística.

POETICA, MATERIALISMO Y CALLEJEO

Los cínicos, con el gusto que se les conoce por la provocación, dejaron de lado el modelo
matemático -del que Platón es un destacado representante-para preferir en cambio una metodología de lo perentorio y lo poético, de la intuición y el entusiasmo. El nominalismo cínico también es materialismo... Por las necesidades de la causa filosófica y porque el lenguaje es impotente, los cínicos se convierten en payasos, inventores de nuevas metodologías. Los instrumentos de la psicogogía cínica son múltiples y variados. Es una nueva metodología que privilegia el gesto, el acto o el signo sobre la palabra o el discurso, y que termina por autorizar los juegos de palabras, el humorismo, la ironía y la provocación. A veces el sarcasmo llega a la injuria, pero siempre atendiendo a la idea de iniciar al otro en una sabiduría superior. Nada más alejado del gusto de Diógenes que la maldad pura y gratuita.'

Respondiendo anticipadamente a las objeciones que podrían hacérsele hoy a la corporación, los cínicos osan practicar una sabiduría jubilosa, una gaya ciencia, un saber alegre en el cual la burla, el delirio y la ironía tienen su lugar, que no es menor. Ésta es también la manera de escenificar una subversión radical e interesar a un número mayor de oyentes o, en la actualidad, de lectores. Pero cuando se quiere confinar la filosofía en un gueto, no hay nada más seguro que el espíritu de la gravedad. Diógenes no pertenece a esta calaña. Para Hegel, la filosofía no debe hacerse puertas afuera sino en los anfiteatros de la universidad, no debe involucrar a los hombres y mujeres que uno encuentra en la calle, sino a aquellos que se someten a las exigencias de la institución además, circunstancia agravante, los cínicos no tienen un sistema, un pensamiento cerrado, ni conceptos operativos autoritarios. En suma, no hacen más que ocuparse de la sabiduría, la felicidad y la existencia concreta y cotidiana: el colmo para los filósofos. Ahora bien, la disciplina
muere a causa de este complejo de clausura: confinada a los espacios en los que se la reduce, se la acartona, por culpa de los ratones de biblioteca, del encierro. La hacen los iniciados para los iniciados y excluye de manera redhibitoria a quienes no tienen la suerte de pertenecer a esa casta.

Antístenes y Diógenes están interesados en llegar a la mayor cantidad posible de oyentes y no es que crean en las virtudes de una vulgarización masiva; no son necios hasta ese punto. Pero no quieren efectuar una selección a priori en su auditorio: ésta se efectuará a posteriori. El cínico es demócrata, por cuanto da a todos la oportunidad de escuchar el discurso cínico y, por lo tanto, de comprender el alcance del mensaje filosófico. Y al mismo tiempo es aristocrático, porque sabe que no todo el mundo se sentirá interesado y que sólo algunos adherirán a las opciones del perro.

ANTIGRAVEDAD Y HUMOR

Otro amigo del humorismo es el discípulo de Antístenes, Diógenes. En el mercado de esclavos, cuando su carne estaba expuesta a la venta, apelaba a la ironía cuando cualquier otro se habría sentido mortificado y habría optado por las lágrimas. Mirando alrededor de sí y percibiendo que uno de los posibles compradores no era precisamente muy masculino, Diógenes se acerca al desdichado y le dice:"Cómprame: en efecto me parece que tienes necesidad de un hombre".'-'

Así como no sienten ninguna simpatía por los hombres que ejercen el poder, los cínicos tampoco aprecian a los hombres de culto ni de Iglesia. Antístenes no se privó un día de sobrar a un sacerdote de los ritos de Orfeo que prometía la salvación a los nuevos conversos, pero sólo después de la muerte. El cínico le preguntó entonces al religioso por qué no moría en ese instante para obtener de inmediato la paz del alma..." Ironía contra los vendedores del más allá. El cínico apela a la duda sistemática e instala el escepticismo en el corazón mismo de los lugares comunes: promueve una lógica emancipadora. La ironía es una estrategia subversiva que recurre al rayo y a las temperaturas del apocalipsis: con ellos el cínico procura socavar las bases mismas de las mitologías sociales. Menos propicio para desencadenar el caos, el humorismo es más cortés.

LO CRUDO, LO COCIDO, LA CIVILIZACIÓN Y LA BARBARIE.

La cocción es emblemática de la civilización. Respecto de las carnes, Diógenes afirmaba que "hay que decir que son repugnantes antes de la cocción, pero que ésta las hace más puras de lo que eran antes". En la lógica de lo crudo y lo cocido, el cínico advierte una convención pura y sencilla: ¿cómo comprender si no que los hombres coman sin repugnancia ostras y erizos de mar sin preparación previa? Sólo la convención alternada con el hábito legitima semejantes prácticas. Atomismo, materialismo, teoría de las partículas: los cínicos se inscriben en la tradición que de Demócrito a Sade, pasando por Lucrecio y La Mettrie, hace de esta teoría un argumento para el monismo y, por lo tanto, contra el espiritualismo y el idealismo. El materialismo es un arma en la guerra contra la trascendencia y las veleidades de sacralización: si es necesario elegir virtudes de perfección, habrá que divinizar a la Naturaleza y a ninguna otra cosa. Spinoza recordará la lección.

Comer carne cruda o carne humana, legitimar el incesto y tomar en solfa el hecho de convertirse en carroña después de la muerte: Diógenes no podía arremeter de manera más brutal contra lo social y sus certezas más unánimemente compartidas. Su método es escéptico y desde Montaigne a los libertinos eruditos, pasando por Charron, se acordarán de él: sólo hay verdades relativas

ESCANDALO ES UN ESCANDALO: INCESTO Y CANIBALISMO.

Relativas a un país y una historia, a un lugar y un tiempo. Nada tendría valor para la totalidad del universo independientemente de las fronteras. Las prohibiciones, al igual que las verdades, son relativas. Lo que es certeza aquí, es duda allá y error en otra parte. También hay que rendirse ante la evidencia: los cínicos, por más que se burlen de la civilización, no elogian la incultura. Conocen las prácticas y costumbres de países extranjeros llamados por entonces bárbaros. Bien informados, se apoyan en testimonios que les permiten negar la existencia, por ejemplo, de una prohibición general del incesto o del canibalismo. Sólo las costumbres, las tradiciones y los usos se cristalizan; de verdades
relativas pasan a ser considerados verdades generales y a ser reverenciados como tales. Ya lo decía Marx: “todo lo sólido se desvanece en el aire”.

Recordemos, sin embargo, que Diógenes vomitó la carne cruda que trataba de ingerir, que nadie lo vio devorar carne humana ni llevarse a su propia madre a la cama, así como no pudo sorprendérselo haciendo el elogio del crimen, de la violación o de todo lo que supondría la voluntad manifiesta de destruir a otro. Diógenes carece de violencia, sólo apunta a cuestionar, de manera pedagógica, las virtudes que se presentan como fundamentales. E indudablemente sólo promueve estas transgresiones en el plano verbal y teórico: lo hace para demostrar que muchas de las cuestiones que algunos, por oscuros intereses al servicio del ideal ascético, se esfuerzan por presentar como certezas reconocidas por todo el universo, no son más que convenciones sociales. El cínico quiere hacer estallar las estructuras culturales caducas en nombre de lo que, desde una perspectiva nietzscheana, podría llamarse una supercultura definida como una civilización más exigente y más rigurosa en el sentido de la liberación de las necesidades naturales: Diógenes quiere promover el Desarraigo contra el Suelo, el Exilio contra la Patria, la Mezcla contra la Raza, la Inteligencia contra la Sangre. En las antípodas del naturalismo regresivo, propone una supercultura dinámica en la cual la negación de ciertos valores culturales valga como momento dialéctico.

OJO QUE NO HABLO DE MONEDAS SINO DE GRUESOS BILLETES

Diógenes se convirtió en monedero falso... Hijo de un banquero y nativo de Sínope, aparentemente tuvo que abandonar la ciudad cuando su padre fue acusado de falsificar monedas, empresa en que lo habría ayudado. Una versión presenta al cínico como víctima de un oráculo que, en su juventud, le habría aconsejado en términos sibilinos no se sabe bien qué acción, que él interpretó erróneamente. Según parece, cumplía por entonces las funciones de inspector de la moneda, lo cual evidentemente habría simplificado las cosas... Pero dejemos que Laercio nos cuente la historia: "Algunos dicen que [Diógenes] habría falsificado las monedas que le había confiado su padre, y que éste murió después de su detención, mientras su hijo huía"' hacia Delfos. Cuando alguien le recordaba su pasado, Diógenes se escurría por la tangente: "También hubo una época en la que yo no podía retener el deseo de orinar, pero ahora ya no". Un error de la juventud, por así decirlo. También solía responder: "Era la época en que yo era como hoy eres tú, pero lo que yo soy ahora nunca lo serás tú":' peripecia anterior al dominio de sí mismo y a la sabiduría. Hoy es difícil saber lo que ocurrió verdaderamente. La falsificación de moneda es poner en marcha una empresa destinada a producir nuevos valores, nuevos imperativos. Hay que dudar del valor asignado a lo real por las convenciones, para luego llegar a la certeza de que "el mundo no tiene este valor que le hemos a tribuido. (...) De ese modo -y es Nietzsche quien habla- hallaremos la emoción que nos impulsará a crear valores nuevos. En suma, el mundo podría valer mucho más de lo que suponemos. Es necesario que nos demos cuenta de la ingenuidad de nuestros ideales y que sepamos que, en la creencia de haberle asignado la interpretación más elevada posible, no hemos conseguido darle a nuestra existencia humana el valor medio que, justamente, le corresponde"/' Cambiar la ética, y no someterla ya a imperativos utilitarios sino a la exigencia lúdica. De ahí el alineamiento de la moral con una regla del juego que legisla la fiesta.

FIESTA, MASTURBACIÒN Y PUTAS


El cínico es un solitario sin ataduras que elige el destino del vagabundeo y la singularidad, cueste lo que cueste. Su camino es único y no conduce a los claros donde se forman los grupos. Diógenes no se parece en nada al revolucionario que querría la fiesta para todos, como una obligación colectiva. Carece de moral colectiva. El cínico dice que cada uno es el director de las festividades en las que se compromete: es en sí mismo su propio fin. Nada le es más ajeno que el proyecto colectivo: su revolución es individual, no le concierne más que a sí mismo. Su deseo no es la agregación de semejantes. Odia la comunidad y sabe que todo pensamiento gregario es común. La transmutación de los valores es una empresa de monada, de lo único, del átomo: su campo de batalla es la conciencia individual, sus barricadas son invisibles, y sus furores solitarios, sin testigos y sin ostentación.

Ya sabemos que a Diógenes no le incomodaba la masturbación en público, como tampoco le repugnaba a Hiparquia el coito en las calles .El burdel había convertido a Diógenes en sabio:" parece que lo frecuentaba con más asiduidad que las clases esotéricas de los platónicos. Como sabio lúcido y desesperanzado que era, sabía que el deseo nunca cumple sus promesas y que hay que reconocerle a la sexualidad su carácter primitivo de fiesta gozosa y sencilla que regula las pasiones y libera el espíritu.

Los demás esperan y con ello se exponen a la infelicidad. Él desespera y así se procura largos momentos de beatitud y placer. No espera nada y por ende se regocija y va, sereno, diciendo a los demás y a sí mismo: "Un hombre de bien, ¿no ve acaso una fiesta en cada día?". El mismo Plutarco, a quien debemos estas últimas palabras de Diógenes, decía también de Grates:"Pasó su vida riendo y divirtiéndose como en un día festivo. Al cínico no le agrada la religión: sabe hasta qué punto se fortalece limitando las libertades y singularidades individuales. Un sacerdote, del culto que sea, es siempre un censor que trabaja en contra de la vida a través del renunciamiento, que enfrenta a Tánatos contra Eros. La raíz de toda religión es la alienación de las potencias que se encuentran en el interior de cada uno, la transformación de esas potencias en una hipóstasis, en dioses a los cuales pueda rendírseles culto. La carne de los dioses está hecha de la sangre de los hombres y lo que se le da a uno se le quita al otro. Poco importa que se trate de politeísmo, de monoteísmo o de panteísmo. No hay nada fuera de la naturaleza: el materialismo invalida toda condición de posibilidad de lo sagrado. Si hubiese tenido veleidades de sacralizar algo, Diógenes habría sido panteísta a la manera de los estoicos o de Spinoza. El ateísmo cínico se refuerza con una impiedad militante y sarcástica que hace pensar en el tono del libertino frente al comendador: insolencia y desplante.

De Antístenes a Heraclides -desde el siglo V antes de Cristo hasta el siglo IV de nuestra era-, la sustancia es la misma: escépticos para los menos encarnizados, anticlericales para los más agresivos, los cínicos no son amantes de la religión ni del sacrificio en ninguna circunstancia que pretenda superarlos o poner en tela de juicio su propia soberanía.

PODERES Y POLICIAS

Diógenes es el antídoto de estos oportunistas que prostituyen sus talentos en las causas más deplorables: un jefe de Estado es siempre un hombre deplorable; todo es sencillamente una cuestión de medida y el acomodo es una regla del género. El cínico es impertinente con Alejandro: en esta relación hay un estilo que puede cristalizarse en principio. Verdades elementales: un hombre de poder es la expresión misma de la corrupción, de la venalidad
y de la oportunidad. Las ideas son las primeras víctimas de sus caprichos. Todo se sacrifica en aras del pragmatismo, suerte de altar donde el realismo y la eficacia hacen las veces de incienso y turiferario. Ante cualquier poder que exija sumisión y sacrificio, la tarea del filósofo es la irreverencia, la confrontación, la impertinencia, la indisciplina y la insumisión. Rebelde y desobediente, por convencido que esté del carácter desesperado de su empresa se fija el deber de encarnar la resistencia ante el Leviatán y quienes llevan agua para ese molino. Se trata de ser impío y ateo en materia política. Diógenes practicaba, dichoso, estas virtudes. No reconocía como tal la jerarquía que pretendía oponérsele. Un amo, un emperador, un jefe o quienquiera que procurara
ejercer su poder sobre cualquier materia diferente de sí mismo le resultaba antipático y lo decía, sin odio pero también sin complacencia.

Jefes, gendarmes, simples delatores de las calles: todos ellos le parecían condenables. Una vez le preguntaron a Diógenes cuáles eran los animales más feroces y él respondió: "En las montañas, los osos y los leones; en las ciudades, los funcionarios del fisco y los sicofantas"
Diógenes era un anarquista, puesto que no aceptaba otro poder que no fuera el que cada uno dispone sobre sí mismo, pero también era libertario, si se define a este tipo de hombre como el que no reconoce ningún valor por encima de la libertad. A la pregunta: "¿Qué es lo mejor del mundo?", Diógenes respondía: "La libertad en el decir".'" Y el comentarista que nos relata su declaración agrega que "[Diógenes] ponía la libertad por encima de toda otra cosa". La posición del cínico respecto de la política es el tema de una de las imágenes transmitidas por Estobeo: cuando se le preguntaba a Antístenes hasta qué punto había que implicarse en las cosas públicas o en los asuntos de la ciudad, él respondía: "Como uno se acerca al fuego; si se mantiene demasiado alejado, sentirá frío; si se coloca demasiado cerca, se quemaría”. No te quemes ni te alejes tanto de mí. Como sea, siempre habrá intelectuales cortesanos que preferirán la alcahuetería que se paga al precio de la libertad de espíritu, y habrá otros que saben que no todos los días se puede comer al gusto de uno pero que sí se puede permanecer libre y defender las propias ideas.

Diógenes invita a Alejando a deshacerse de su orgullo y le indica el camino que debe seguir para conquistar la sabiduría: abandonar las preocupaciones mezquinas que nos vuelven esclavos, el gusto por el dinero, las riquezas, las conquistas y otras inutilidades. Como se habrá comprendido, el cínico es la encarnación del contrapoder que los filósofos nunca deberían dejar de ejercer. De alma libertaria, los cínicos han llevado aún más lejos la reflexión política condenando sin ambages la tiranía y la guerra, dos miserias tan proliferantes y tan caras al corazón de los políticos.

TRABAJO, FAMILIA Y PATRIA: demolición de tres lugares comunes

1-Las etimologías nunca son inocentes. La de la palabra "trabajo" recuerda la proximidad de la actividad laboriosa con el uso del tripalium, un instrumento de tortura de tres estacas. Es fácil imaginar el uso de semejante objeto. En las leyes de Guillermo el Conquistador -que datan de fines del siglo XI-, trabajar es sufrir, atormentar; literalmente: torturar con el tripalium. El primer lugar común de nuestra ideología comunitaria y social consiste en hacer del trabajo una virtud...La labor es el precio que hay que pagar para ser admitido en la comunidad, y señala netamente la sumisión del individuo al grupo: algo que el cínico no puede aceptar. Además,-"Diógenes probablemente se hubiera reído de estar desempleado. No se habría sentido herido en su dignidad. Y se habría sorprendido mucho de esta fijación moderna por la idea del trabajo".' El otium era una virtud para Antístenes y sus continuadores.

Tener el trabajo en tan poca estima equivale a atribuirle escasa importancia a las riquezas y a la propiedad, que hoy son como la miel que atrae a las moscas. El cínico se burla del consumo que legitima la esclavitud contemporánea. Según él, "quien coloca su interés en los bienes de este mundo y limita la potencia de su sabiduría y su inteligencia a esas cosas viles y finitas no es un sabio, sino que se parece a las bestias que están a gusto en el lodo"." La riqueza de un filósofo reside en el dominio y el poder que tiene sobre sí mismo. El filósofo invierte en un estilo que exige la fusión de la ética y la estética, cuando los demás invierten su capital en lo económico y lo utilitario. Uno eligió la calidad y la vida, el otro la cantidad y el dinero. El primero es libre porque es autónomo, del segundo es siervo porque es esclavo de sus deseos. En la economía cínica, la pobreza es una virtud que permite alcanzar más rápidamente el desapego necesario al filósofo: "La virtud -decía Diógenes- no podría habitar en una finca ni en una casa rica"." Castillos y propiedades alejan al hombre de la autenticidad. Lo necesario es suficiente: desear lo que uno puede ofrecerse es encaminarse hacia la felicidad. Habiéndolo comprendido, Antístenes se libró de todo lo que poseía. Después de haber vendido sus bienes, habría distribuido del dinero obtenido entre quienes lo rodeaban.'" Crates hizo lo mismo con una fortuna considerable después de haber asistido a la representación de una tragedia que lo convirtió al modo de vida cínico.'"

2-Continuando su exégesis de los lugares comunes, el cínico ataca a la familia y las prácticas virtuosas asociadas con ella. Tal el caso del matrimonio, que corresponde a la religión doméstica según la cual la mujer se hace cargo de un sacrificio sistemático: deja al padre para encontrar un marido, con lo cual no hace más que cambiar de cadenas. En Grecia, la condición de la mujer era deplorable. Estaba confinada, con sus pares, a los lugares donde aprendía a hilar y tejer y, sobre todo, donde no aprendía a leer. El analfabetismo era un arma utilizada por este pueblo cuyo carácter virtuoso no deja de alabarse en todo el mundo. A las mujeres se les exigía la sumisión y el silencio. Y el filósofo Aristóteles solía citar un verso de Sófocles que dice: "En la mujer, el silencio es un factor de belleza", Su repudio de la lógica mercantil en todos los sentidos les hacía rechazar el matrimonio, la procreación y la misoginia que, en casi todos los casos, son mutuamente dependientes. Las mujeres cínicas -o, más exactamente, la mujer cínica, pues sólo nos han quedado huellas de ésta- son de otro estilo. Podemos juzgarlas por Hiparquia, cuyas gracias son célebres. El lector recordará sus devaneos eróticos en público con Grates, pero antes de llegar a ese punto, Hiparquia ya había dado pruebas de una voluntad y una tenacidad que la honran. Les había comunicado a sus padres que quería compartir su vida con el filósofo cínico. Obviamente, la familia se opuso al aventurado himeneo. E Hiparquia les hizo saber que recurriría sin temor al suicidio si se le impedía llevar la vida que quería. Así, el cínico manifiesta sin circunloquios y sin rodeos su repudio a la familia y a la moral sexual que ella presupone. Como segundo lugar común sobre el cual se apoya la sociedad, la familia es también uno de los objetivos de la desestructuración cínica. El celibato, la unión libre y la sodomía se transforman en valores que la sustituyen.

3El tercer y último pilar del equilibrio burgués es la patria. Tanto en los griegos del pasado como en cualquier francés de hoy, el orgullo nacional provoca una vibración inmediata. Libre de ir adonde más le plazca, el filósofo cínico se siente en su casa esté donde esté, porque en todas partes es un exiliado. Por lo demás, con mucha frecuencia se le notificó un exilio que él abrazó por su propia cuenta: ¿cómo sorprenderse entonces de que Diógenes hiciera el elogio del exilio y de que Grates siguiera sus pasos?" Así es cómo a la pregunta "¿De dónde eres?", Diógenes respondía: "Soy ciudadano del mundo, (pues) la única verdadera ciudadanía es la que se extiende al mundo entero"." Y Grates acuñará esta soberbia fórmula para responder a la misma interrogación: "Soy ciudadano de
Diógenes". Los cínicos aprenden a vivir, a pensar, a existir y a obrar ante los fragmentos del mundo real: cuando se encuentran con la muerte, el placer o el deseo. Enseñan la insolencia frente a todo lo que se engalana con las plumas de lo sagrado: lo social, los dioses, la religión, los reyes y las convenciones. La filosofía cínica se preocupa por las cosas cercanas y desacredita todas las empresas que privilegian el espíritu de seriedad.


NÉSTOR MENDOZA- agosto de 2009, Ejército Argentino, un barrio.
Reseña tomada del libro de Michel Onfray

lunes, 24 de agosto de 2009

29 de agosto: Susana Thénon

Me casaría con ella aunque esté muerta...

Susana Thénon
por Solana Peña Lasalle

Organizador(a):
Tipo:
Red:
Global
Fecha:
Sábado, 29 de agosto de 2009
Hora:
16:00 - 18:00
Lugar:
Biblioteca Provincial 9 de Julio
Calle:
Buenos Aires 131
Ciudad/Pueblo:
Santiago del Estero, Argentina
Dirección de correo electrónico:

Descripción

Susana Thénon, poeta -o como ella dijo: poietisa- argentina, de la llamada "generación del 60" hacía bandada con Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, entre otras. En 2001, María Negroni y Ana Barrenechea editaron el primero tomo de su obra completa: "La morada imposible" (Corregidor).

Solana Peña Lassalle es una joven poeta, fotógrafa y está realizando su tesis de antropología; es de Buenos Aires y actualmente reside en Tucumán.


domingo, 23 de agosto de 2009

¿Por qué lloras? de Diana Beláustegui



-¿Por qué lloras? ¿Qué tienes? Estás temblando, vení, dejame que te abrace.
Me detienes con la crueldad de tu soberbia, la boca te tiembla y los labios reniegan de su perniciosa miseria. Debilidad flagelante.
Bajas el rostro y puedo ver como las lágrimas brotan y saltan sin tocar siquiera las pestañas, realizando saltos mortales al vacío.
-¿Qué te ha pasado, qué te han hecho?
Rechazas obstinada mis manos.
Quiero al menos secarte la mejilla mojada. Te gotea la nariz y no te importa.
Me incorporo para traerte un vaso con agua y allí lo veo.
Estas sentada en el piso, acurrucada en el ángulo de la pared y te cubres con un saco. Acabas de apoyar una mano en el piso y el líquido ahora corre por donde lo puedo ver, sacando pecho para que lo pueda descubrir.
-¿Qué te has hecho?- grito y te sacudes llorando desesperada, las muñecas abiertas con un corte profundo. Levantas los brazos en pose triunfal, quieres ganarle al hastío dándole la espalda al camino. Me sonríes mientras sollozas. ¿Me sonríes o es el alma la que intenta salirte por entre los dientes?
Las manos caen pesadamente.
El mosaico gris se moja con la pena carmesí que te brota de los venas.

Vaquita de la Suerte de Andrés Navarro

tengo

en la palma de mi mano

una vaquita de la suerte


es roja

con

pintitas

negras


le digo:

vaquita de la suerte

no me has dado suerte


y

la

aplasto

con

la

otra

mano

viernes, 21 de agosto de 2009

La Rata de Abel Miranda

Tú no vivirías si así yo lo dispusiese. Sabes que un día puedo decir:- no vivas más- y ahí se termina todo. Pero no podría hacerlo.
Tus parientes te han abandonado y él se ha marchado. Hiciste que lo enterraran en el cementerio viejo. Ya ni te acuerdas de él. Tu rancho es la miseria, pero no puedes verlo, te has quedado en penumbras. Piensas que aún vives con el poder que antes te acompañaba. Y de eso ya no hay nada.
Hueles como una perra la comida que te dejo sobre los palos a pique que nos separan. Estás sola, abandonada. Podría dejarte morir de hambre o llenarte el rancho de hormigas. Pero no puedo hacerlo.
Tú me has tratado como un perro.
Yo era la rata sucia a la que tú mandabas. Alguna vez me quisiste, tus ojos me aseguraban tu deseo, pero te fuiste con el Turco que jamás te quiso. Por las noches regresaba borracho y en tu vientre apagado gritaba a aquel hijo que no vendría. Tú llorabas triste.
A veces me mirabas con detenimiento. Sabías que tu destino hubiese sido distinto a mi lado. Perro el Turco era el dueño de las mulas, de los carros, del campo, de las hachas y de las mujeres de los hacheros. Y tú fuiste suya. Y ahora sola aquí, sin agua, sin nada te has quedado. Vieja, ciega, vencida: un águila sin ojos. Sólo tu antigua rata te acompaña, es la que llena tu tacho con agua cuando duermes, la que quema las vinchucas, la que limpia la inmundicia y te mira desde donde no puedes presentirla.
No ha quedado nada de tu pueblo, sólo tu antigua rata te acompaña.
Tu hombre se murió cuando aún veías y gritabas con voz de mando hacia todos lados, tu rata siempre obedecía.
Llamaste a tu rata un día, un día en el que tu hombre no estaba y le dijiste:-desvísteme- y tu rata se quedó temblando como un niño con miedo. Tu cuerpo era blanco, olías a flores y no ha humo como tus empleadas.
- Desvísteme, no te quedes ahí parado que si el Turco nos encuentra ya sabes lo que hará-
Siempre que podías llamabas a tu rata y ella siempre estaba. Pero tu cuerpo se fue secando lentamente entre las manos de tu hombre y las manos de tu rata que competían a horas distintas sobre tu cuerpo.
Tu amor y el de tu rata se quedó en alguna distancia, en alguna mirada y lo que fue quedando entre ustedes se derritió lentamente hasta hacerse ese mísero plato que ella te deja sobre un palo.
No hay nada entre ustedes. Tus ojos blancos no tienen memoria y tu amor se muere en este laberinto del vivir. Tu ceguera ha carcomido los recuerdos y has quedado hecha ese animal indefenso del cual nadie se acuerda, salvo tu rata que vive escapando a la muerte para que tú no mueras.
Alguna vez lo pensaste: "escaparé contigo, llévame a donde quieras”, pero tu tiempo era próspero y jamás te arriesgaste.
Contemplo las estrellas en este inmenso agujero sin fin, desde este otro agujero oscuro en el cual podría caber ese vasto universo, y más, y Dios entero.
Ella habita el otro lado de la nada y yo no puedo salvarla, cada vez se aleja y extiendo mi mano y se aleja cada vez.
Entre sus arrugas cabe un hombre. Nadie puede salvarla porque ya nadie la recuerda.
Todo es oscuridad, ya no soy esa que he sido: mi rostro, mi cuerpo se ha secado. Él está en algún lado y se esconde como un animalito. Si yo pudiera tocarlo. Sé que está en algún lado, lo sé. Moriría si así yo lo dispusiera.
Es apenas ese animalito que piensa que me cuida. Su vida depende de esta cosa en que me he convertido. Mientras respire sigue siendo mi empleado y no podrá escapar porque el yugo que lo detiene está impreso en su mente.
Después de la quincena tendrá que venir a cobrar y ahí ¡zas! le saco la cuenta y otra vez queda en deuda, y él ya sabe lo que les ocurre a los hacheros que no pagan. Su vida es una larga deuda que él me paga, y no puede escapar. ¡Aquí nunca ha escapado un empleado!

jueves, 20 de agosto de 2009

Pescado Rabioso 2 de Néstor Mendoza


¿Acaso pensabas que me iba a suicidar?...


Leerte de un sacudón,

Después de hurgar fotos desparramadas

En la cama;

Sin querer estar atornillado

A esta pereza metasalada,

Con la sangre en polvo

Con lluvia de clavos

Con dientes que se caen

De a uno

De a dos…


¿Crees que me siento más chagasico?...


Y alumbrado

Solo por un encendedor

Fosforescente de un peso.

¿Me duele la cabeza?...

Has dejado solo una cajita

De camel arrugada,

Un bardo sin sustancia

Un poco de té en hebras,

Y alambres de púa

En mis ojos.


Se hace tarde

Y la motoniveladora de la conciencia

Hace mucho ruido,

Mucho ruido;

Y nadie la va a parar.